Engendró de esa luz que eclipsa,
la tierna mirada de la dama de blanco,
de la que el sol pérdidamente se enamoró.
En una noche de eterno romance,
cuando el amor de azul infinito se pintó,
fue la noche cuando esa eterna,
complicidad se pactó.
De aquél amor un retoño,
como primicia de primavera brotó,
cuál manantial que nace en la montaña,
cual trigal en tiempo de cosecha.
El hijo de la luna va por el mundo,
caminando sin pisar más dejando
su huella al andar. ..
Una huella que aún las olas del tiempo,
no consigue borrar.
Tiene mirada de luz,
con la intensidad del amanecer,
y esa quietud del atardecer,
que invita a contemplar,
no sólo a ver.
El hijo de la luna encuentra,
sublime inspiración en la madre
de la inspiracion a quien más de
un cantor le ha hecho una canción
y sin la cual la poesía no existiría.
Porque el sin ser poeta,
la lleva grabada en la mente,
la tiene tatuada en el corazón,
porque la luna es portadora
de esa sublime inspiración.
Oxwell L’bu copyright 2014
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