“Ensayos sin ensayar II”
El sol empezó a alumbrar y la vida no dejaba de pasar… Vi a una bella mujer, con rostro de rosa, aroma de primavera, la cual me atrevería a jurar, que apenas terminaba de rasgar la adolescencia. Yo la contemplé, pero ella ni siquiera noto mi presencia y no la culpo, pues siempre he tenido esa facilidad impetuosa de pasar desapercibido.
Me deje abrigar por el sol, entonces un extraño, tan extraño como yo, se sentó en la banca, que se yo, quizás para esperar a alguien. De repente entablamos conversación, me preguntó que si yo esperé a a alguien, a lo que le contesté: Realmente todos estamos en la sala de espera, a la espera de la que no desespera, porque tarde o temprano nos da alcance… Luego de esto, llegó ese alguien a quién esperaba y me quede en la banca, con mis monólogos interminables.
Pasó una pareja y en verdad me pareció que se querían y pensé: Ojalá! Nunca lleguen a ser como esos sepulcros blanqueados, que fingen ser felices, pero dentro de la casa que comparten se están pudriendo.
Cerré los ojos y aunque no necesito broncearme, me deje acariciar por los rayos del sol y recordé el guacamol que deje en la mesa, pues para cuando regrese, si es que regresó ya se habría negreado. Otra mujer pasó a mi lado, pero esta llevaba un velo de tristeza, con el que cubría su rostro de mujer desvelada, que se yo, quizás abandonada.
Luego me quede preguntandome, que sería de aquella bella mujer con rostro de rosa, aroma de primavera y formas tan agraciadas y delicadas, como las de la luna en abril; sería acaso solo un bello pensamiento.
Dios santo! Que bello pensamiento…
Oxwell L’bu