Luego de un día de rutina,
del trajín de cada día,
al caer la tarde, ella reservaba,
ese momento para ella.
Ese momento en que sus ojos
se iluminaban como estrellas,
ese momento que era para
su corazón.
Se ponía cómoda, apartando
de su mente cualquier preocupación
y llena de emoción, tomaba su celular
y su corazón a prisa empezaba
a palpitar...
Todos los días al caer la tarde,
leía los versos que él escribía,
suspiraba, los hacía suyos
y de alguna forma se dejaba
acariciar el alma.
No era solo lo que decía,
sino como lo decía,
cómo podía ponerle palabras
a su propio sentir,
era como si el autor conociera
a profundidad su corazón.
No han sido pocas veces,
en que a través de sus poemas,
ella lo ha amado y se ha soñado
entre brazos.
Escuchando su voz,
sintiendo como el escribe versos
acariciando su piel...
O el extasis de un beso,
que lleva una sublime melodía.
Es que el amor es ilógico,
no responde a las reglas de la razón,
porque nace en el corazón
y allí es él quien manda.
Es que el amor se fundamenta
en lo compartido y ella comparte
con él ese sentir, aunque nunca
lo ha podido ver.
Más de una vez se ha quedado
dormida, abrazada a su almohada,
leyendo su poesía, sintiendo y diciendo:
-Esa poesía es mía, solo mía,
porque el intuye mi existencia.
No, no está enamorada de una fantasía
y su sentir no es un autoengaño,
es más bien la respuesta a ese anhelo
que desde niña siempre sintió...
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