domingo, 12 de febrero de 2012

"Aquel Primer Invierno En La Ciudad De Los Vientos"

“Aquel Primer Invierno En La Ciudad de Los Vientos”

Desde la ventana de aquel viejo convento, donde fue mi primer aposento, veía cada mañana aquel espléndido jardín que iba alternando de colores conforme iban brotando las flores; hasta que un día, de toda aquella belleza, ni el rastro quedo, el otoño se la había comido…

Aquel otoño apache con sus rojos encendidos, su color naranja mesclado con c...afé, las hojas revoloteando con el viento, las ardillas retozando y de toda aquella gama de pájaros multicolores, solo quedaban las palomas, algunas gaviotas y los eternos pájaros franciscanos… Pero si aquel conato de primavera y el ardiente verano fueron efímeros, el otoño fue fugaz, cual si fuera un disfraz que el paisaje se puso por tan solo un momento.

Aquel amanecer era más frio que de costumbre, el viento como si fuera hiedra queriendo abrasarse a un árbol desnudo, hacia hasta lo imposible para colarse por la ventana, el sol como un niño regañado apenas asomaba el rostro a través de aquel nubarrón que tapizaba el cielo. Me levante antes de que sonara el despertador y me asome a la ventana, me asombre al contemplar que de aquellos pertrechos de lo que fue el jardín, no quedaba ni la sombra y ahora parecían como si alguien hubiera dejado caer sobre ellos gamisan o talcos o más bien serian las plumas de las alas de un ángel, que caían del cielo.

Aquello apena seria el preámbulo de aquella primera experiencia de un invierno en Chicago, que va recrudeciendo con un viento congelante que hiela hasta los huesos… Lejos están aquellas parodias de las películas de Hollywood, que solo muestra el encanto del invierno, en el que basta un sweater liviano para tolerar el frio donde se evoca a la navidad y se ve a niños haciendo muñecos de nieve, ya que todo eso es solo una verdad parcial de un invierno que a veces puede ser cruel, en el que puede acumularse más de dos pies de nieve en una sola nevada y sus grandes autopistas se convierten en toda una pesadilla.

He de confesar que prefiero las eternas primaveras de mi tierra, con sus jardines perpetuos, sus calles vestidas de fiesta y su clima de sabana, que en la llegada década invierno extraño y añoro… Luego de algunos años, aun no me he acostumbrado, quizás solo me he aclimatado, ya que como pingüino suelo correr frente al lago Michigan (que se me antoja a mar, por su grandeza y oleaje) a temperaturas bajo cero. Hoy espero como condenado esos conatos de primavera, que me evocan a mi tierra y ver como los valientes tulipanes se abren paso en medio de la nieve… No sé si un día me mudare de Chicago y extrañare sus inviernos, ya que aun que me cueste admitirlo todo tiene sus encantos.
Oxwell L’bu Copyright ©2012